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sábado, 26 de noviembre de 2011

Tú tan sol y yo tan luna.

Era como el día, como el sol.
Nociva para la vista, cálida para la piel; cada una de sus rayos ultra violeta se escondía tras una fachada de niña buena, divertida y extrovertida. Perfecta para la pasión, era eso que no querías ver por temor a que tanta belleza te dejase ciego...

El era como la noche.
Aunque generalmente admiraba las estrellas era como la luna, frío, visible a la percepción de cualquiera pero oculto tras una fachada de quien puede verlo todo, era eso que todos querían ver por la gracia de observar un toque de majestuosidad en un brillo que se opaca...

Se encontraban solo al amanecer y al atardecer, por pocos minutos para que nadie los viera, para que el mundo no se percatara que polos aun siendo tan opuestos podían estar juntos, negándoles sus vivencias a la vida, ocultando sus secretos al destino, se convirtieron en una obra clandestina a los ojos de un público que quiere pero no puede verlo todo, todo los favorecía. Ojos ciegos, oídos sordos, palabras necias y tacto frágil… Pero hasta el mas dañando olfato podía percibir ese desliz de castidad y lujuria fusionándose, eclipsándose en cuan perfecta obra de arte.

Por separado los juzgaban cada uno de los defectos que los abarcaban, Juntos eran un eclipse, bello, majestuoso, admirable, un fenómeno indefinido cuya alabanza procedía hasta los mas extensos confines y los más diminutos rincones.

Decidieron un día no tener mas contacto y así fue.

Las noches se volvieron más que noches, ya no eran solo frías, eran en extremo oscuras, el frío iba creciendo cada ves más, violando incluso los límites de lo soportable, se hacia todo más denso por segundo, nació la nieve y con ella una estación eterna de invierno para quien era como la luna, nieve que congeló un corazón, un corazón que suplicaba por tener ese amor en virtud de rayos de sol que no le era necesario para vivir, pero si para no morir.

Los días también cambiaron, se fueron convirtiendo de cálidos a extenuantes, nacieron las llamas y con ellas el eterno verano, el calor reconfortante ahora ardía en un alma cuyo corazón se volvió cenizas a causa de la ausencia de esa sensación de frío que todos necesitamos experimentar para no quemarnos por dentro, ese sentir que le era necesario no para indicar su inicio pero si para no pactar su fin.


Ambos se encuentran cada cierto tiempo, se eclipsan derrochando su pasión y aunque lo hacen de tal manera que todos se enteran, es tan clandestina y oculta su unión que incluso sabiendo de la existencia de su fenómeno, ignoran su verdadera belleza al no poderlos ver en su acto directamente.

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